7 de Agosto de 2007, aeropuerto de Málaga, vuelo destino a Barcelona, 22:05 horas. A punto de salir con un breve retraso, sesenta minutejos, vuelo VY1153. Mi asiento, 6C, pasillo. Padres jóvenes con bebé como vecinos. Padre musculoso y vociferante, muy nervioso, qué echaba en falta no lo sé. La madre silenciosa, más bien muda. Gruñe el padre, llora nervioso el niño.Hago como que miro el libro de Auster, pero no leo dos letras. También estoy nervioso, temo que el histérico padre se abalance sobre el niño, la madre, sobre mí. Me preparo a saltar. No tarda en ocurrir ni un minuto. Cuando el sobrecargo, tan guapo él como pedante el nombre de su papel, empieza a proclamar su aburrida letanía sobre medidas de seguridad que ya todos sabemos –entonces por qué carajo las repite-, el macho salta y con él los que le acompañamos. Se planta a grito pelado en mitad del pasillo mientras abre el compartimiento superior de equipaje, mientras el avión comienza a deslizarse sobre la pista. Voy a tomar el suero del niño, amenaza al sobrecargo y compañero del sobrecargo que se han dirigido hacia él. Y tú, tráeme agua para mí, ordenó de pronto a este último. El sobrecargo y su compañero enmudecieron ante la musculatura del caballero. Yo me escurrí al otro lado del avión en un asiento vacío junto a dos mujeres. Algo debió de poner el pequeño compañero del sobrecargo en el vaso de agua porque el grandullón quedó callado de inmediato tras zampárselo de un trago. O tal vez era un cagón y al escuchar lo que luego vino se hizo caca y silenció así su sucia boca.La cosa es que mi suerte iba de mal en peor. Mis nuevas compañeras –madre e hija supe que eran-, no estaban del todo tranquilas. La madre tenía pánico a volar y había olvidado tomar algo que llamó ansiolítico. Yo no sabía bien que era esto, pero comprobé pronto que su falta la ponía más que nerviosa, lo que me hizo temer por mis brazos al recordar los pellizcos que una viajera en similar estado de ansiedad me había propinado en las tres horas de un vuelo veraniego de Túnez a Madrid. Por si creen que esto es suficiente, no, ahí esta el sobrecargo dispuesto a dar una ayudita. Así que retoma su rollo parlanchín y entona. Señores pasajeros, tenemos hoy un pequeño problema técnico en la aeronave que no incidirá en la completa seguridad del vuelo. Les rogamos disculpas por el retraso pero hemos volado ya esta mañana a Bilbao, hemos vuelto de nuevo a Málaga para prestar ahora este servicio con destino a Barcelona. Leche ve al grano y explica el jodido problema, pensaba seguro al unísono todo el pasaje. La cuestión es que los generadores de aire no permiten su funcionamiento normal por un fallo en uno de los motores que debe cumplir esta función. Podemos solucionarlo de manera sencilla como van a ver, inyectando aire –Dios, pensé, nos van a inyectar aire a chorro-, por lo que la temperatura subirá en el interior de la aeronave durante unos minutos hasta alcanzar aproximadamente los 28ºC, en tanto que las luces estarán parpadeando y a partir de ahí, todo retornará a su posición correcta, funcionando el aire y llevando a cabo el vuelo con toda normalidad. Muchas gracias por su atención, toda la tripulación les deseamos buen vuelo con Vueling. El mozo se quedó tan pancho mientras el pasaje enmudecía y en efecto las condiciones atmosféricas y ambientales –juegos de luces incluidos- se reproducían de acuerdo con la esclarecedora explicación avanzada. El vuelo discurrió sin más incidentes –cualquiera levantaba un dedo-, venta de bocadillos incluida, hasta la llegada de las conocidas turbulencias, que en esta ocasión acabaron de turbar a mi vecina de asiento, a la que también tuvimos que suministrar su dosis de agua correspondiente. Ignoro si nuevamente el pequeño compañero del sobrecargo le endiñó alguna sobredosis, pero en todo caso no consiguió silenciarla como ya había pasado con el grandullón. El aterrizaje fue perfecto. Ya detenidos en la pista, a punto para desembarcar, una abuela hablaba a voces de móvil con su gente en la sala de llegada, el gruñón retomó su fiereza indómita –hijos de puta, compañía de mierda, qué puro os voy a meter-, me despedí dando las gracias a mis compañeras por haber tratado tan bien mis brazos, mientras ellas se aprestaban a presentar una reclamación con los pasajeros más comprometidos con la causa de la seguridad aérea. Corrí a abrazar a los chicos que sin duda me esperaban cansados.