Cumpliendo la palabra dada a Anna, cuando de parte de la editorial Actar me remitió un ejemplar del libro Barcelona Museo Secreto de Ignacio Vidal-Folch, he salido esta mañana a recorrer la ciudad con la actitud y los sentidos de quien la contempla como objeto museístico.
Esto es, me he vestido de turista, acorde con la tropa que según un estudio del que da cuenta esta misma mañana la prensa catalana, pasea por las vías urbanas este verano de crisis continuada. Gente más emparejada y mayorcita dicen ha tomado el relevo de los jovencitos en grupo que habían dominado durante los últimos años el alza continuada de llegadas hasta Barcelona. Así lo confirma la cámara con la que espío a la gente que anda alrededor del centro tópico gaudiano de la ciudad museo. De los objetos coleccionados en el repertorio de artículos que suman el libro de Vidal Folch, me quedo entre otros con la galería de personajes que pueblan su parlamento popular cargado de gentes como las que fotografío indiscreto al son de mi marcha a la deriva por estas calles; los rótulos luminosos que coronan los edificios notables, apenas escalan ya en las remozadas fachadas del Ensanche, salvo una compañía de seguros por aquí o unas farolas desaforadas junto a la bandera argentina izada en su consulado; tiendas con historia como la dedicada a disecar animales de distinta talla y especie, desde jirafas a hormigas que compraba el genial Dalí.
Mi colección personal durante este deambular por las calles del Ensanche, el Raval y el Casco Antiguo, presenta este balance:
Disfruto una librería en la calle Princesa nº 16, Almirall, abierta en 1733, con cuyo propietario me rencuentro treinta años después para conversar y comprar un libro, Domar el toro, de Yassine Bendriss, donde leo: “Si buscas, ¿qué diferencia hay entre tu búsqueda y la mera persecución del sonido y de la forma? Si no buscas, ¿qué te hace diferente de la tierra, la madera o la piedra? Tienes que buscar sin buscar”.
Tropiezo con tiendas de abalorios como la Antiga Casa Sala en la calle de la Call, que me traen a la memoria los puestos de bisutería, al final de las Las Ramblas, en aquellos domingos de los setenta.
Persigo sin éxito una casa de comidas Casa José, ahora inexistente en las proximidades del Bar del Pi.
Encuentro el Herbolari Llansá, ahora centenario en la calle Elisabets nº 18. Olisqueo en el interior de una lavandería comunitaria por la calle Mercaders o Tallers, heredera de las que abundaban entonces por el Casco Antiguo, ocupado por otra emigración y otro vecindario.
Me pregunto dónde están las granjas de entonces, aquella cervecería de barrio decorada con fotos de boxeadores y parroquianos sesentayochistas mezclados con gente de sesenta y ocho, allá en el mismo Casco Antiguo, cercana a la Plaza de San Agustín, antes del arranque de la calle Puerta Nueva, paso previo al Arco de Triunfo. Ando tras aquellos almacenes coloniales junto al Borne, con sacos de yute y color de especies venidas de ultramar.
Apunten al Museo Secreto, según me cuenta una amiga, la reapertura de El Velódromo, en la calle Muntaner, recuperación de un bar de “arte y ensayo”, que bien podría casarse enfundado en un matrimonial envoltorio de Miralda, con la tienda de Nespresso, por Paseo de Gracia esquina con Aragón, un icono de la ciudad Shopping, de la BCN Design.
Terminando de manera más prosaica el paseo, el sector turístico ha respondido a la crisis con un crecimiento importante de las posibilidades de reserva de hotel en Barcelona, dentro de una amplia gama de oferta donde no falta para quienes viajamos conforme a los tiempos, cortos de equipaje y con los bolsillos ligeros, la posibilidad de encontrar un hotel barato en Barcelona.