Leyendo la propuesta cartográfica que de Tokyo ofrece Isabel Coixet –ruidos de cuervos y chicharras, lonjas de pescado, locales de masaje y karaoke, fideos sorbidos en restaurantes, griterío de los apostadores de caballos, entre otros-, he recuperado algunas ideas en torno al viaje psicogeográfico.
La psicogeografía, en palabras de Guy Debord, planteaba el “estudio de las leyes precisas y de los efectos exactos del medio geográfico, conscientemente organizado o no, en función de su influencia directa sobre el comportamiento afectivo de los individuos”. Así, para el padre del situacionismo, había lugares tristes y alegres, como conducentes al ateísmo o el monoteísmo. Ello invitaría a reclamar una nueva cartografía de uso urgente como remedio a esas influencias a las que insumisos se rinden los consumidores, sea en forma de turismo, deporte o compra de crédito. Debord proclamaba así su interés hacia un nuevo tipo de descubrimiento o deriva.
Al rebufo de estas ideas primeras, han nacido en las últimas décadas, renovadores de estos mapas cartográficos como Iaian Sinclair, quien en London Orbital relató su trayecto a lo largo de la M-25, autovía de circunvalación de Londres así como de los inexplorados territorios adyacentes.
Novelistas como Will Self, quien ha escrito columnas bajo el nombre de PsychoGeograpghy en The Independent. Alguno de estos psicogeógrafos paseantes ha definido con nitidez sus intenciones de “descubrir un mundo pequeño como modo de descubrir el mundo entero”.
Hay quien se ha animado y trazado “emotimapas” a partir de los movimientos de un grupo de personas en un salón, o de manera más compleja, utilizando este instrumento como medio para el diseño social de espacios urbanos. Es lo que se ha hecho con el “Worcester Riverside Emotimap” donde se han analizado las emociones y reacciones de las personas ante un mismo paisaje, por medio de la grabación de sonidos, uso de fotografías y datos recopilados con GPS.
Estos mapas emocionales han sido referentes en el trabajo de artistas como Louise Bourgeois, arquitectos como Toni Gironés o urbanistas, centrados de uno u otro modo en la dimensión simbólico-cultural del habitar. Se relaciona este acercamiento al entorno con el concepto poli-sensorial del arte, tal como provocaba el happening o arte de la acción, donde se tendía una prueba a los límites del espectador, al que se invitaba a vivir la ciudad y la vida como una experiencia artística. En palabras de Italo Calvino, de “una ciudad disfrutas la respuesta que da a una pregunta tuya, o la pregunta que te hace obligándote a responder”. En suma, con el viaje psicogeográfico nos disponemos a alterar el espacio como forma de extensión de los propios límites de la identidad, retomando la razón ritual del peregrinaje como acto virtuoso.
Para terminar este paseo, una invitación a la “audio-deriva” es la que pueden disfrutar los visitantes del antiguo barrio de pescadores de Gijón, gracias al proyecto NoTours, una propuesta de psicogeografía sonora donde colaboran el colectivo Escoitar.org y Enrique Tomás junto al Centro de Arte LABoral.