Ahora que vuelve el frío, la lluvia, la nieve. Cuando la naturaleza gobierna aunque sea un minuto, tak vez alguien vuelva la vista al campo. Para estos amantes de la cultura rural, sin más juicio, rescatamos estos viejos escritos colectivos: «Voces del Silencio»
A Violeta
Durante el paseo de aquella tarde – todos los atardeceres eran un paseo destinado a atrapar la luz que huía de nuestras miradas hasta cerrar la noche -, ella sintió las primeras molestias. No cesarían en las horas siguientes. Con su dolor cundía el nerviosismo entre nosotros. Una inquietud mitad venida de esa preocupación que siempre acompaña a las situaciones desconocidas, un desasosiego de saber cerca, aquello sobre lo que uno se interrogó a lo largo de nueve meses y que se extiende en el horizonte imposible de alcanzar, de las edades futuras. Años en los que esa vida que está a punto de asomar estará compartiendo nuestras horas, su mirada se convertirá en nueva cita, acordada detrás de esos ojos que pronto veremos junto a nosotros. Los dolores no acababan, por contra se reproducían con prontitud. A eso de la medianoche, alguien fue a buscar a la matrona. Vivía cerca de la casa donde un encuentro con la vida, nos había reunido.
Así que a los pocos minutos apareció la partera. Era vieja, pues no andaría lejos de los setenta años. Se conservaba menuda y con rasgos simpáticos, extremados en unos hoyuelos marcados en sus mejillas. Reposó el ahogo de las escaleras y nos saludó a todos amablemente. Cuando se acercó hasta él, reparó un instante en su cara, mientras la acariciaba. Le dijo:
– Tú eres Domingo. A ti te recogí yo. Lo recuerdo ahora perfectamente. Fuiste muy grande, muy hermoso. Hará veinticinco años.
Domingo que había sonreído feliz ante el relato de la matrona, la besó sonoramente.
Ella entró entonces en la habitación. Nos pidió dejarla a solas con aquella que guardaba otra vida en su seno.
MAR DE OLAS
En el interior del vientre yo me encuentro muy a gusto. Es como una cueva donde mi madre me oculta. La temperatura aquí es buena, protegido de la luz, de ruidos molestos, del frío de afuera.
Rodeado de agua por todas partes soy como una balsa en medio de un mar apacible en que otros ansían navegar. Lo sé porque muchas veces siento sus manos tocar tras la piel tersa de mi madre. Entonces me revuelvo, dando varias patadas. El oleaje se hace mayor y escucho sus risas al otro lado. Aún no quiero desvelarles más misterios. Ni el color de mis ojos ni mi pelo, la forma de mis manos o de mi sexo.
La comida tampoco falta aquí dentro, y puedo bucear como un pez, así que los dejaré aún con sus dudas.
LA MATRONA
Mi nombre es María González. He sido matrona aquí en Iznájar desde 1947.
De joven estuve sirviendo, cogiendo aceitunas, haciendo capachos. Entonces pasó que me dio lástima de una mujer a la que quería mucho, y no tenía quien la atendiera cuando llegase a vieja, así que decidí ponerme a estudiar para ver si la podía yo sacar adelante. A mí me da lástima hasta de los animales. Mi hermano acabó practicante y costeaba mis estudios. Me fui a Granada con mi tío, allí estudié y terminé la carrera. La de practicante y la de matrona. Me tuvieron que prestar dinero para poder recoger el título y empezar a trabajar.
A SOLAS
En la oscuridad del cuarto María empezó a reconocerla. A pesar de haber recogido cientos de niños, María repetía con cuidado el ritual exploratorio. Mientras observaba con atención todas las señales de vida que aquel cuerpo agitado transmitía, María dejó ir su imaginación en busca del recuerdo de otros tantos momentos como éste. Recordó el parto de Domingo, el padre de la criatura que iba a nacer. También de Mar, la que pronto se convertirá en madre. Hasta que se detuvo – y esto le produjo cierta sonrisa – en las salas del viejo Hospital de San Juan de Dios, en Granada, donde presenció por primera vez un parto.
Aún recordaba lo que le había entrado por los pies. La sala estaba llena de médicos y alumnos asistiendo al alumbramiento. Ella se fue poniendo encendida, con tal mal rato, que pensaba «aunque me den dinero, esto no lo hago». Después fue tomando un gran amor a la profesión, un gusto que crecía por la lástima que le ocasionaba el dolor de las mujeres – » si yo lo pudiera quitar » -, pensaba.
Sus manos se deslizaban sobre el vientre preñado. Tomaba conciencia del tiempo en que éste se contraía. Observaba las primeras muestras de dilatación en el sexo de la nueva madre. Esta se tranquilizaba al sentir el tacto fácil de la matrona. Sus manos diestras, que se movían fácilmente, hábiles, cautas.
Aquellos momentos – cada vez menos ciertamente -, en que el dolor remitía, entraba en un plácido duermevela.
EL TUNEL
No sé quien será pero hay alguien nuevo rondando ahí fuera. Me está inquietando, y tanto oleaje me hace sentir incómodo. Esas manos que no dejan de tocar no son las de mi madre. Tampoco las de él. El siempre toca miedoso. Tampoco son las pequeñas manos que dan golpecitos a veces. No, esto no es un juego.
Cada vez estoy más estrecho, debo de haber crecido.
Oooh ! de nuevo una ola enorme. Es extraño, pero siento como si un pequeño agujero se estuviese abriendo en la cueva. Se está vaciando de agua, y hay algo de luz al fondo de ese túnel que se abre y se cierra. Creo que tendré que salir a mirar. Voy a ver qué ocurre fuera.
DE PARTO
María, la matrona, nos ha permitido entrar en la habitación. Mar se despertaba de un corto sueño. Los dolores se acrecientan y María le habla:
– No te preocupes, que es una cosa sin importancia, verás que pronto va a nacer.
Mar asiente más resignada que convencida. Mientras la matrona no deja quietas sus manos, en un masaje incesante que se adivina bajo la sábana que cubre el cuerpo fértil de Mar. María recuerda aquellos momentos difíciles, en lugares insospechados, pero la vida es caprichosa y se presenta en cualquier rincón. Aún tiene fresca en la memoria aquella ocasión en que atendió a » una mujer que había venido a Iznájar desde Algarinejo, de la parte de Loja. Empezó la mujer a dar sangre y se metió en una posá. Los dueños de la posá habían puesto una familia en su lugar y se habían ido a vivir a otra casa, dejaron aquello como alquilao. No había habitaciones, más que un pajar donde iban los feriantes de aquí para allá, a dejar la talega, las mantas. El pajar estaba llenito, la mujer se puso allí mala y no paraba de dar sangre. Tenía hemorragia. Venga ponerle mantas y llenarse todas. Hasta una zalea nueva que había por allí se la puse. De mi casa llevé algodón y alcohol. Por fín nació un niño y se quitó la hemorragia. Pude ir a lavarme al tiesto de las gallinas en el patio. Salí a la calle con el bolso y las manos empringás de sangre, que parece que había matado un toro. Por la mañana temprano fuí a buscar al médico para que le mandara suero, pues la mujer había perdido mucha sangre «.
Las contracciones de Mar se hacían mucho más frecuentes. Mientras, la matrona escucha atenta el latir de la nueva vida, echada sobre el vientre de Mar ayuda con sus dedos a dilatar el túnel por donde ha de emerger la vida. Tino, que sueña la nueva paternidad, tiene apretada la mano de Mar. Respira como un susurro de aliento, pegado al ido de ella. Como una caracola, las olas se agitan. También la respiración. Galopan en el aire dos corazones desbocados. Es la hora.
LA NUEVA VIDA
El túnel es estrecho pero tengo que salir. Las olas me empujan. Siento esas manos que no dejan de tocar. Presionan sobre el vientre de mi madre. La cabeza se está atrancando. Otra vez esos dedos abren esta garganta tan ajustada. Siento el jadeo de mi madre. Menos mal que estos dedos me están abriendo camino. ¡ Ya, por fin ! Un empujón más, y voy a asomarme fuera. ¡ Aaaahora ! Ya tengo la cabeza fuera. Uff, que miedo. De nuevo estas manos, ahora me han cogido. La sensación de vértigo empieza a desaparecer. Las manos me ayudan a girar. Mis manos están también ya fuera. Aquí la temperatura es distinta. Un empujón más y todo mi cuerpo está fuera. Mi cuerpo ha escapado de la cueva, como si fuera un pez se ha deslizado por completo. ¿ Y mi madre ?, siento sus sollozos. Ahora empiezo a escuchar más cerca su corazón. Otra vez me agarran las mismas manos, ahora me dejan caer junto a él. De nuevo se funden los latidos. Ha sido estupendo que esas manos me pusieran aquí. » Es una niña «, he escuchado que decían.
LUZ DE DIA
Los nudillos de María la matrona, presionaron el vientre de la parturienta hasta que ésta expulsó por completo la placenta, a la que llaman «madres», como si del remate de ser madre se tratara con su desprendimiento. Más tarde, cortó el cordón umbilical de la criatura. Aseó a la madre y la niña. Un nuevo hilo uniría desde ahora la vida de ambas.
María las dejó a las dos dormidas. En los próximos días volvería para cuidarlas.
Cuando salió a la calle clareaba el día. Tantas veces había visto esa luz, que había acabado por proporcionarle una paz interior con la que ella también nacía para si.
En ocasiones tras un parto esperaba otro. Incluso hubo quien la reclamó para atender el parto de alguna cabra u otro animal doméstico.
Muchas manos como las de María nos han esperado al final del túnel. Ellas aliviaron el sobresalto que supone irrumpir en este mundo. Por ello no las olvidamos.
* Este texto está incluido en el libro “VOCES DEL SILENCIO” un proyecto colectivo de SUR INICIATIVAS RURALES (Rafa Cobacho, Mercedes Gutiérrez, Pepe Márquez, Antonio Zafra), que vio la luz en Zuheros (Córdoba), dedicado a la cultura tradicional en la Subbética Cordobesa.