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OLEOTURISMO (II) Museos

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La primera apuesta por valorizar la cultura del olivo arrancó, entre otras actuaciones pioneras,  con la creación de algunos museos dedicados a la cultura del olivo y el aceite de oliva. Hasta hace veinte años, las piezas ligadas a la industria del aceite o a la cultura olivarera habían sido objeto de colección o exhibición junto a otros objetos etnográficos o industriales. El lanzamiento fundacional vino del siempre destacado Museo dell’Olivo Fratelli Carli, en Imperia (Italia), seguido por una saga de museos en países mediterráneos como Grecia, Turquía o Francia. En España, la evolución se vivió con un cierto boom, dando lugar a un fenómeno extendido casi en todas las comunidades autónomas del país. El Museo de la Hacienda de la Laguna, en Baeza, representa una apuesta donde la arquitectura soberbia de la edificación, y algunas piezas decontextualizadas pero extraordinarias, han echado siempre en falta un proyecto que diera unidad y estrategia a una oportunidad única, pero lamentablemente inacabada a pesar del encomiable esfuerzo de su actual empresa gestora. A fines del pasado siglo se encontraban perlas centenarias, en desigual estado de conservación. Una temprana recuperación sirvió para poner en valor el molino de Nigüelas (Granada), mientras en la otra punta del país, se hallaba un original molino centenario en Las Parras de Castellote (Teruel), o en otro extremo, se comenzaba con la restauración del Lagar del Mudo en San Felices de los Gallegos (Salamanca), cercano al cual se hallan el Solar de Cortiços en Tras-os-Montes y el Núcleo Museológico de Idanha-a-Velha, en la Beira portuguesa. En el año 2000, el Ayuntamiento de Baena (Córdoba), creó sobre la base de un molino de principios del siglo XX, el que sería el primero de los museos enfocados como centros de interpretación y agentes dinamizadores de la cultura del olivo, el Museo del Olivar y el Aceite de Baena. Vinieron en los últimos años numerosas restauraciones, adaptaciones a usos turísticos u hoteleros sobre la planta y las piezas de viejos molinos, hasta formar un mapa de recursos que acaba de ser reunido en un libro que pronto verá la luz, Museos del Aceite de España, del que es autor el malagueño Paco Lorenzo Tapia.    Coleccionista de miniaturas primero, presidente de la Asociación OLEARUM más tarde, y viajero a través de los recursos del olivo, ha preparado esta cuidadosa guía de museos que incluye también agroturismo, paisajes culturales u olivos monumentales, rutas y otras posibilidades oleoturísticas. En el pasado Congreso Internacional de Oleoturismo, se presentó junto al libro, la experiencia de varios museos, que exponen algunos de los perfiles culturales y humanos presentes en la guía. El Lagar del Mudo representa un modo de hacer. Tuve oportunidad de conocer a Jesús y Marce, sus propietarios, poco después de la apertura del Museo, allá por 2002. Son artífices de un proyecto de rehabilitación sin duda ejemplar, como reconoció el Premio Europa Nostra, convertido años después en un modesto pero extraordinariamente cálido elemento dinamizador de San Felices de los Gallegos, municipio modesto, fronterizo y orgulloso en su torre de la historia pasada. Julio Rodríguez-Calvarro, médico de Robledillo de Gata (Cáceres), nació junto al muro de un molino, así que el primer sonido que escuchó fue el crujir de una muela olearia. Celoso de perder ese recuerdo hizo del edificio su casa y del molino, otro museo de autor, como el de sus vecinos salmantinos. Unos y otros sienten, como escribe Julio en un libro titulado “Hijos del Aceite”, correr el oro verde por sus venas. Se trata del Molino del Medio. A unos centenares de kilómetros y unas décadas después nació José Luís Calpe, tercer actor de este pasaje museístico, que también vino al mundo vecino de un molino ahora convertido en museo, apartamentos y bandera oleoturística del levante interior. El Museo del Aceite de Segorbe es una apuesta enclavada en el corazón del oleoturismo , en tanto que intenta aprovechar el valor diferencial del aceite de oliva, más aún en estos tiempos que se adivinan difíciles para aquellos productores que se despreocupen de la innovación, como revulsivo necesario ante un cambio de ciclo.

Tras este reconocimiento justo a los apasionados y activos propietarios de estos molinos revalorizados, llega la hora de sentirse definitivamente en el siglo XXI. Resuelto el cuidado de los edificios y las colecciones, habrá que abordar una estrategia común desde la que poder adentrarse en esos otros objetivos intrínsecos a la labor museística como son la educación, la investigación, la comunicación, el trabajo en red o la introducción de las nuevas tecnologías. Todo ello en un contexto complejo y diverso donde intervienen otros recursos y actores territoriales. Serán asuntos de un próximo post oleoturístico, el tercero de esta serie.

 

OLEOTURISMO (I) Oda al olivo

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Caminos de hierro

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Poner en valor el patrimonio para aquel equipo de sanadores de cuentas de RENFE en los ochenta, fue levantar el trazado de miles de kilómetros de caminos de hierro, venderlo e inventar las vías verdes y la alta velocidad. No hubo sitio para la vía lenta y debió ser la primera vez en la historia que los gestores del ferrocarril –otrora ensalzado como signo del progreso-, acabaron por recomendar el senderismo y el cicloturismo. En un país tan adaptado a tragar con lo que sea y mandar el pasado con el antepasado, pocas voces críticas se oyeron. Julio Llamazares vertió su lluvia amarilla sobre los trenes de León que perdían su marcha y en el sur nos tocó ver en silencio el desmonte de las traviesas. Se perdió la oportunidad de poder aprovechar estos trazados como base de comunicaciones alternativas de interior y de hacer una verdadera apuesta por el turismo cultural como la oportunidad ofrecía. Apenas quedan los puentes, túneles, viaductos y señales. Alguna estación o apeadero. Algún guardabarrera. Alguna historia a rescatar del camino inoxidado, del cementerio sin hierro por el que pasan los viandantes verdes.

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