Estuve viendo la “Sonata para un hombre bueno” que es La vida de los otros, un alegato contra la intromisión del estado en las vidas de las personas y una narración del viaje que protagoniza el más encendido hurgador en las vida ajenas, hasta acabar encontrando en aquellas el sentido de la vida propia a la que el relato, en clave de letras, acaba homenajeando. También nuestro país conserva memoria en archivos y fichas policiales. Miles de procesos y expedientes almacenados en templos de humillación y campos de exterminio, al igual que la Stasi llenaba con sus minuciosos informes los armarios secretos de la RDA. Dispuestos a convertir la miseria en espectáculo, apenas centro de liberador reconocimiento para algunas víctimas que regresan al lugar de cautiverio, esos santuarios del horror comienzan a convertirse en hoteles, museos o simples lugares turísticos. Cartografías oficiales y cartografías silenciadas, el fin de un sistema político, se exhibe ahora en las antiguas oficinas de la Stasi, abiertas al público en el Museo Runde Ecke de Leipzig. Entre los inusuales hoteles ubicados en lo que fueron viejas cárceles, el Gamirasu Cave Hotel en Urgup (Turquía), el The Old Jail en Mount Gambier (Australia), el Lowengraben Jail Hotel en Lucerna (Suiza), o el Langholmen Hotel en Estocolmo (Suecia) son la avanzadilla de esta vanguardia inmobiliaria y hotelera que no tiene miedo a ningún fantasma. No puedo sino recordar la imagen de Lee Miller, exorcizando el recuerdo de Hitler y Eva Braun, haciéndose fotografiar desnuda en la bañera del dictador en su apartamento de Munich, escribiendo sobre la extraña vida de los otros “Las madres cosen y barren y hornean, y los agricultores aran y labran: como si fueran gente de verdad. Pero no lo son».